Dos ejecuciones por delitos de drogas en Singapur

En las últimas semanas, el Estado de Singapur ejecutó en la horca a dos personas tras ser acusadas de participar en el tráfico de marihuana.

El primero fue Tangaraju Suppiah, un singapurense de 46 años de origen tamil. Fue arrestado en diciembre de 2018, acusado de intentar traficar un kilo de cannabis y durante estos años atravesó un proceso judicial sumamente irregular. Su familia estuvo luchando junto a distintos organismos internacionales de derechos humanos para detener la ejecución, pedido que las autoridades hicieron caso omiso. La condena se concretó el 26 de abril.

La segunda ejecución fue el 17 mayo en la prisión isleña de Changi. Se trató de una persona de 37 años de etnia malaya, cuyo nombre no fue revelado por la familia. En este caso, la condena se debía al tráfico de 1,5 kg. de marihuana.

La pena de muerte es una práctica terrible que sigue existiendo y que sufren personas usuarias y acusadas de delitos relacionados a las drogas. Son dos las personas que Singapur ejecuta en 2023, mientras que se eleva a 13 las vidas cobradas desde marzo de 2022.

Es necesario repudiar este hecho injusto y cruel, así como poner en plano algunas cuestiones para continuar problematizando el paradigma de la “guerra contra las drogas” en estos tiempos.

Las violencias que se legitiman sobre el paradigma del prohibicionismo no son una cuestión superada ni un asunto de “barbaridad extranjera”: continuamente se hacen carne en nuestros territorios, produciendo desigualdades, exclusión y dolor.

Cuando las distancias espaciales y simbólicas nos impiden trazar líneas comunes entre este hecho en Singapur y la realidad de Latinoamérica, es necesario repetir hasta el cansancio que se trata de los efectos de una misma política punitiva internacional en diferentes realidades. En algunos espacios se paga con la horca, en otros con la indiferencia, la salud, la clandestinidad, la represión y el encierro.

Es una guerra que persiste y cuyas principales víctimas suelen ser las personas empobrecidas. Personas cuyas vidas tienen valor y con quienes es necesario construir proximidad, porque desde el desconocimiento de sus experiencias, prácticas y saberes es imposible que puedan garantizarse sus derechos.

A pesar de los lentos avances que año a año se van alcanzado, no podemos mirar al costado y hacer de cuenta que el prohibicionismo ya no tiene peso. Como si no hubiera normativas que lo avalen, como si no siguiera condicionando nuestras acciones, como si no siguiera corriendo sangre a nuestro alrededor.


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